Era más bien un hombre grande en lo físico y, en lo intelectual, más, con ese aire de caballero siempre bien peinado y ese porte y saber estar que le convertían en una persona siempre agradable de ver, escuchar, leer , siempre sin molestar por su cordial simpatía, buen humor y discreción. Licenciado en derecho, viajero, mujeriego al que, según dicen, no se escuchó nunca hablar mal ni criticar a ninguno de sus colegas, incluso a los que a partir de determinados momentos le esquivaban o con cualquier excusa no querían recibir, tal vez por preclaro, ser crítico en lo político, investigador de orígenes culturales, romántico en lo sentimental y buen escritor, sin dárselas de más ni andar por esos mundos de diós reclamando un Nobel, aunque muchos otros premios recibió) que a otros les concedieron por cambiar, muy convenientemente, de nacionalidad.
Y resultaba verdaderamente difícil ser dueño de tal perfil sobre todo a partir de determinados desgraciados avatares que en su vida tuvieron vital alcance. De los tres hijos que tuvo, solo le sobrevive una hija cuya madre, una de las esposas del escritor, se suicidó, así como a Carlos y Natasha , ambos hijos habidos de su matrimonio con su actual viuda, debió sobrevivir. El primero falleció a causa de una enfermedad (la hemofilia), la segunda, al parecer, de una sobredosis de droga, ambos en su plena juventud junto a los que, cumpliendo su propio deseo, después de incinerado, reposarán sus cenizas, en el cementerio parisino de Montparnasse.
Un caballero de las letras se ha ido sin marcharse porque lo que dijo y escribió siempre le mantendrá a este otro lado.
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