EL DOSMILYPICO Magazine: Camus, Albert

Camus, Albert

Premio Nobel de Literatura 1957.-
"En el hombre hay más cosas dignas de admiración que de desprecio" (Sic.del autor)
"El éxito es fácil de obtener. Lo difícil es merecerlo "(Sic. del autor)
"la estupidez insiste siempre"(Sic. del autor)

Ocurrió en una recta, con buena visibilidad, quizás a causa del reventón de una rueda, el 4 de nero de 1960. Albert Camus contaba 46 años, hacía tres que le habían concedido el Nobel de Literatura, y viajaba desde el sur de Francia hacia París, en compañía de su amigo editor Gallimard, la mujer, una hija y el perro de éste. Tras comer, el deportivo en el que Camus ocupaba el asiento del copiloto enfiló la recta de Le Grand Fossard, ya a menos de 100 kilómetros de París. El coche se salió de la calzada, chocó contra uno de los árboles que flanqueban la carretera y se empotró en otro. Aplastado, nuestro hombre murió en el acto. En uno de sus bolsillos se encontró el billete de tren que había comprado y no usado para hacer el viaje: no le gustaban los automóviles y, por decirlo de alguna manera a modo de consuelo, lo más importante, en un cuadeno manuscrito metido en una cartera que llevaba consigo se salvó ese libro autobiográfico sin corregir, imprescindible de leer que tituló «El primer hombre» de profundidad, belleza y franqueza inestimable. Una muerte absurda para el escritor del absurdo pero lo cierto es que fallecía prematura y repentinamente un hombre «colmado de dones y de honores, benjamín de los actuales escritores franceses de fama universal, que tenía adquirida una reputación intelectual incomparable, elaborada de exigencias y de una estricta y severa pureza.
Había nacido en la costa de Argel, hijo de madre española menorquina (su vinculación con España fue intensa, no sólo por el origen de su madre si no por su relación más estable hasta su muerte, María Casares, la hija del coronel golpista al final de la Guerra Civil) y padre emigrante a la colonia desde Francia. Ella, medio sorda y analfabeta; él, muerto en la batalla del Marne, durante la I Guerra Mundial. Sufrió Camus una infancia difícil de verdad, sólo salvada por la pertinacia de sus maestros, quienes veían posibilidades en aquel chiquillo, quienes le instaron a que siguiese estudios con becas, a quienes dedicó el discurso de aceptación del Nobel. Jugó de portero en el Racing Universitaire d'Algiers y siempre manifestó su amor por el fútbol como escuela ética: ¿se imagina el lector a Jean Paul Sartre, el estirado intelectual, el pope del pensamiento francés de los 50, el que sería gran amigo y gran contrario de Camus, de pantalón corto, parando balones? No, pero a Camus es fácil verlo así: no nació con la Verdad mayúscula puesta encima. Una temprana tuberculosis se añadió como nuevo inconveniente a sus progresos; sin embargo, no le impidió afiliarse al Partido Comunista, formar un combativo grupo teatral, pasar a Francia, trabajar de periodista y participar activamente en la Resistencia contra los nazis: «La guerra es la soledad infinita», escribiría. Y aquí llega el episodio que lo marcó para siempre.

Cuando Camus publica en 1951 «El hombre rebelde» la reseña más dura le viene de las filas sartrianas diós y creador de la llamada "filosofía del existencialismo". Mientras Sartre viajaba hacia el comunismo, Camus se alejaba del Partido. Sartre desprecia los conocimientos filosóficos del que deja entonces de ser su amigo, considerando a Camus un tanto rebelde, detestando su independencia de criterio dedicando a tal enemistad personal-político- fisolófico "Acerca de La polemica sartre Camus". Su «me rebelo, luego existo», que podría ser el lema camusiano, irritaba a los chicos y chicas de Sartre, a lo que respondería el mismo Camus, «la estupidez insiste siempre».
Con ese estigma a cuestas vivió: un hombre rebelde, comprometido consigo mismo y con los demás, pero sin obedecer órdenes. Que hoy horripile lo que hizo Stalin y dé vergüenza leer lo que escribía el Partido Comunista francés de entonces otorga a Camus la vigencia que Sartre jamás ya podrá tener. Además, Camus escribió «El extranjero», una novela que hoy se lee con el mismo interés que cuando fue escrita, «La peste» o o «La Caída» , o sus obras teatrales y sus ensayos, que aguantan hoy sin problemas. El segundo cartel que se le colgó a Camus fue el de «escritor del absurdo». Conviene aclarar el concepto. El protagonista de «El extranjero», por ejemplo, mata porque sí, quizá porque haga mucho calor, porque es absurda su vida, porque es absurdo su entorno. Camus tiene esa concepción de la existencia (un absurdo), pero da un paso más. Parece decirnos: sí, vivimos rodeados del absurdo, pero hay que decir «no», conquistar la libertad y luego decidir qué hacer. Todo parece absurdo, pero debo poner orden, luchar por la fraternidad, porque en el hombre «hay cosas más dignas de admiración que de desprecio».
Murió en aquella recta un hombre que muy bien conocía la función del intelectual: «Los verdaderos artistas no son buenos vencedores políticos, pues son incapaces de aceptar despreocupadamente la muerte del adversario. Están de parte de la vida, no de la muerte. Son los testigos de la carne, no de la ley (?), eso es lo que nos impedirá pronunciar el veredicto absoluto y, en consecuencia, ratificar el castigo absoluto (?). ¡Enemigos de nadie, excepto de los verdugos!». Aquel que en marzo de 1945 dirigía una alocución imborrable y definitiva a un grupo de estudiantes, tratándolos, aclaro, de usted, como es costumbre en Francia: «No soy de los que predican la virtud; demasiados la confunden con la debilidad. Si tuviera algún derecho, les predicaría más bien la pasión. Quisiera que no cediesen cuando se les diga que la inteligencia está siempre de más, cuando se les pretenda probar que es lícito mentir para triunfar más fácilmente. Quisiera que no cediesen ante la astucia, ni ante la violencia, ni ante la abulia. Entonces, el hombre volverá a sentir ese amor por el hombre sin el cual el mundo sólo sería una inmensa soledad».
Fuente parcial: F. García Perez (Lne)

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